En julio de 2009, durante unos días de vacaciones en Londres, tuve la ocasión de visitar la
Rock 'n' Roll Public Library de
Mick Jones, una mezcla de exposición, biblioteca y archivo personal del que fue guitarra de
The Clash, una de las bandas más influyentes en la historia del punk y el rock en general.
La biblioteca estaba instalada en la primera planta de un pequeño edificio, con aspecto de academia de barrio, justo encima del bullicioso mercado de Portobello Road y debajo del puente de la autovía, en la zona que los vio nacer como grupo. Durante un mes abrió sus puertas al público, atendida por
ocho bibliotecarios voluntarios. Ese mismo año había estado ya abierta durante otro mes
en una galería de arte, y con posterioridad lo ha estado, en versiones más o menos reducidas, en diferentes festivales de arte como el
Norfolk and Norwich o el
Vintage at Goodwood.
Como ya he dicho,
no era exactamente una biblioteca, ni tampoco una exposición de objetos relacionados con los Clash. Era una mixtura de ambas cosas. Los fondos consistían en una colección de revistas musicales, cómics, libros, vídeos, vestuario, objetos personales, juguetes, guitarras, cachivaches y (por supuesto) discos acumulados por Mick Jones en el transcurso de su vida (
unos 10.000 objetos). Todo ello en libre acceso, al alcance de la mano (literalmente) del usuario curioso o el mitómano empedernido. Por supuesto, el material no podía sacarse en préstamo, pero sí consultarse tranquilamente en la sala, o visionar los vídeos a gusto en la habitación de al lado o, si hablamos de objetos, toquetearlos a tu gusto. Además, podías llevarte tu propio
pendrive y escanear, con la ayuda del bibliotecario, el material que te interesase. Esto se completaba con el despacho de Mick Jones, trasladado allí, en el cual podías incluso meterte en su ordenador y ver qué programas tenía instalados
(o tal vez no podías, pero uno es muy curioso, ejem) y también con un mini-estudio de grabación o local de ensayo, en el que un grupo del barrio estaba esa tarde tocando y haciendo pruebas con lo que parecía una mesa de mezclas.
Lo más asombroso es que en ningún momento vi un arco magnético ni otras medidas antihurto, y los bibliotecarios, cuando no estaban atendiendo a alguien, parecían más ocupados en bailar (sí, había
rock 'n' roll puesto de fondo, por supuesto) que en vigilar que nadie se largase con un
souvenir. De vuelta en España, al contar esto mismo, un amigo recibió como respuesta un asombrado "¿Y no te llevaste nada?", cosa que me hace pensar que, o somos muy diferentes de los ingleses o
The Rock 'n' Roll Public Library se abre ahora en versión reducida porque cada vez quedan menos cosas.
En resumen,
una experiencia diferente y un proyecto muy interesante, que permitía al aficionado a la música acceder gratuitamente a unos materiales que, en la mayoría de los casos, se hallan exclusivamente al alcance de los coleccionistas, debido a su antigüedad, a su carácter efímero o a su condición de productos de la "baja cultura", menospreciados durante mucho tiempo por las bibliotecas y organismos oficiales a la hora de su conservación.